Mier en camper: un rincón tranquilo entre el Cares y la montaña

Llegar temprano, sin prisa y con ganas de respirar

Salimos temprano y, con el cielo ligeramente gris, estacionamos la camper en el área recreativa de Mier, justo al lado del río Cares. No había ni sol ni lluvia, solo esa luz suave que hace que todo en Asturias parezca más verde y más vivo.
El río sonaba constante, las montañas nos rodeaban en silencio y el aire fresco era puro descanso. El primer café del día, con las puertas traseras abiertas hacia el valle, ya compensaba el viaje entero.

Paseo por un pueblo pequeño con alma grande

Después del desayuno, Marta y yo salimos a dar un paseo. Mier es un pueblo diminuto, pero de una belleza que no necesita adornos. Las casas de piedra, los hórreos, los caminos estrechos y el sonido del agua lo llenan todo de paz.
Nos cruzamos con algún vecino que saludó con amabilidad, ese gesto tan sencillo y tan sincero que parece parte del paisaje. Caminamos junto al río, respirando hondo y dejando que la calma hiciera su efecto.

Almuerzo con vistas y aire limpio

Regresamos al área recreativa a la hora de comer. Sacamos la mesa y las sillas y almorzamos en la puerta de la camper, disfrutando del rumor del río y el verde intenso del valle. Aunque el sol no salió en todo el día, la temperatura era perfecta para quedarse fuera, con ese punto fresco que invita a alargar la sobremesa.
Comimos tranquilos, sin reloj, y después nos quedamos un buen rato simplemente observando. A veces, no hace falta más entretenimiento que mirar cómo el agua baja sin prisa.

Despidiéndonos al anochecer

Cuando empezó a caer la tarde y el cielo fue tiñéndose de ese gris azulado tan asturiano, empezamos a recoger. El valle se iba quedando quieto, solo el río seguía hablando bajito.
Encendimos las luces de la camper y emprendimos el camino en busca de un lugar donde pernoctar. Dejábamos Mier atrás con la sensación de haber encontrado un remanso de quietud, de esos que no se olvidan.

Asturias tiene algo especial: incluso los días sin sol brillan. Y Mier, con su serenidad discreta, es la prueba perfecta.